El sueño de Marina: mujeres científicas cuidando el medioambiente
Cuatro mujeres científicas que lucharon por el medioambiente se aparecen en los sueños de Marina para ayudarla a luchar contra el bullying.

07:00. Esa mañana, el despertador de Marina sonó un poquito más temprano de lo normal, porque tenía que estar en el comedor escolar a las 08:00 para salir rumbo a Rodalquilar. Tenía una excursión con el colegio en la que pasearían por el Jardín Botánico, visitarían el Vivero e incluso tendrían tiempo libre para jugar un rato en la playa. ¿Cómo no iba a estar nerviosa? A Marina le flipaban las plantas y los animales, sobre todo los insectos y las aves. Y de esos iba a ver muchos en Rodalquilar, estaba segura. Siempre había soñado en convertirse en una de esas mujeres científicas que trabajan en el laboratorio, pero también van al campo a hacer observaciones y tomar muestras. ¡Seguro que aprendería mucho en la excursión!
Desayunó con la mente puesta en Rodalquilar sin apenas escuchar cuando su madre le decía que comiese más despacio, que si seguía así las tostadas le iban a sentar mal. Cuando terminó, su padre la llevó al punto de recogida. Le dio un beso rápido en la mejilla y subió feliz al autobús. Allí estaba su amiga Melisa, esperándola para sentarse juntas. Ignoró los cuchicheos que escuchó mientras acudía en su busca. Siempre eran los mismos. Esos niños que se reían de ella por pasarse los recreos observando a las hormigas o levantar la mano en cada pregunta de la maestra en clase de conocimiento del medio. ¡Incluso cuando propuso a las mujeres científicas como temática para los disfraces de carnaval! ¿Qué tenía eso de gracioso? Marina no podía entenderlo.
-¿Emocionada?-le preguntó Melisa en cuanto se sentó a su lado.
-¡Mucho!-exclamó Marina sin perder la sonrisa.
Durante el viaje, las dos amigas fueron charlando sobre lo que creían que verían en cuanto llegasen a Rodalquilar. A Melisa no le gustaban tanto los animales y las plantas. Ella prefería jugar al fútbol. Pero le gustaba escuchar a Marina cuando hablaba de todo eso con tanta emoción.
La primera parada fue en el jardín botánico. Estaban en junio, por lo que aún había algunas plantas en flor y todo estaba precioso. Lo que más llamó la atención de todos los niños fue un simpático espantapájaros con el que corrieron a hacerse fotos.

A Marina también le gustó, pero estaba deseosa de ver el resto. Había una zona cubierta de yeso para las plantas que suelen crecer en ese tipo de suelos, un jardín repleto de plantas florales, muchísimas plantas capaces de resistir el exceso de sal que hay en las playas… Todas eran preciosas y la guía les contó un montón de cosas. Aunque todavía le gustó más la casita de insectos, en la que la guía les explicó que los hay muy beneficiosos para las plantas. Solo son malos cuando forman plagas, pero incluso los que forman plagas se pueden combatir con otros insectos. No hacen falta los insecticidas.
Marina no paraba de hacer preguntas, pero con cada una de ellas escuchaba más carcajadas por detrás. Su maestra acabó castigando a los tres niños que más se reían, pero aun así los cuchicheos sobre ella no cesaban. ¡Vaya niña tan rara! ¡Todo el día pensando en las hormigas y las abejas!
Todo esto acabó desanimando a la niña, que poco a poco decidió dejar de hacer preguntas. Para cuando llegaron al vivero parecía que no le quedaba más curiosidad. Aunque volvió a animarse un poco en la visita a la playa. Todos los niños corrieron a jugar en la arena. Marina también iba con esa intención, pero cuando estaba sacándose el vestido para quedarse en bañador vio una botella de agua tirada junto a ella y corrió a recogerla. Entonces vio una bolsa de plástico y la utilizó para meter la botella y algo más de basura que iba encontrando. Melisa se le unió, y también algunos niños. El resto, igual que en el jardín, no paraban de cuchichear. Pero todo explotó cuando Marina vio a dos niños recogiendo conchas y se acercó a decirles que eso no era bueno para la playa.
-En las conchas viven algunos animales pequeños-les explicó ella con calma-. Además, si no hay conchas se arrastra más arena y la playa se pone fea, se deforma.
-¡Recogeré lo que me dé la gana!-gritó uno de los niños.
La discusión acabó con Marina llorando y los dos niños castigados, igual que los otros compañeros. Aunque la maestra intentó consolarla y decirle que había hecho bien en avisarles, la niña ya no quiso jugar más. Se pasó el resto de la excursión sentada en silencio con Melisa, que no quiso dejarla sola.
Cuando llegó a casa su madre notó que había pasado algo, pero ella no le contestó. Se encerró en su habitación y solo salió para cenar. Se tomó la cena en silencio y volvió a tumbarse en la cama. Poco después empezaron a pesarle los párpados. El día había empezado muy bien y, aunque luego todo se torció, la había dejado agotada.
¿Dónde estoy?
Marina se sorprendió al comprobar que no despertó en su cama, sino de nuevo en Rodalquilar. Corrió asustada en busca de su maestra o de Melisa, pero no las encontró. Tampoco estaban los otros niños. Sin embargo, de repente vio que no estaba sola. Una chica rubia con una sonrisa muy agradable se acercó a ella y la saludó por su nombre.
-No te asustes-le dijo-. Esto es un sueño, pero no tengas prisa. Estoy aquí con unas amigas y todas queremos hablar contigo.
-¿Cómo te llamas?-le preguntó Marina, a quien no parecía perturbarle ese sueño tan raro.
-Me llamo Rachel. Rachel Carson. Y estas son Berta Cáceres, Rosalie Edge y Ellen Richard.
Justo acababan de aparecer detrás de ella otras tres mujeres. Una, la que dijo que se llamaba Berta, tenía la tez morena y un bonito pelo negro y rizado. Rosalie llevaba un estrambótico sombrero y un bonito collar de perlas, pero lo más llamativo era que la acompañaba un halcón, casi como si fuese su mascota. Ellen parecía más reservada. Llevaba un moño negro muy repeinado y, aunque no sonreía, su rostro parecía amable, como el de sus compañeras. Cada una llevaba ropas de distintas épocas, pero eso tampoco pareció sorprender a Marina. Al fin y al cabo, estaban en un sueño.

Todas le explicaron que eran mujeres científicas, pero que fueron niñas como ella.
-Yo nací en un pueblecito de Estados Unidos, en 1907, le explicó Rachel. Me crié en una granja, así que tenía mucho espacio para correr y observar a los animales y las plantas. También me encantaba leer. Con 11 años publiqué mi primer cuento.
-¡Hala!-exclamó Marina-. Yo tengo 9 años y también me encanta leer y escribir cuentos. ¿Crees que podré publicar alguno?
-¡Seguro que sí!
La que le respondió no fue Rachel, sino Berta, quien siguió hablando y contándole algunas cosas sobre ella.
-Yo nací en 1973, en Honduras, en un pueblo indígena llamado Lenca. Mi madre era partera, enfermera y activista. Luchaba para que el mundo fuese un mundo mejor y aprendí mucho de ella.
-¡Qué bien! A mí también me enfadan mucho las injusticias, pero los otros niños se ríen de mí por eso.
-¡A todas nos enfadan! Lo preocupante es que eso sea motivo de burla.
Rosalie se había unido a la conversación sin perder de vista al halcón que revoloteaba cerca de ella.
-Yo nací en 1877, en Nueva York. Solía ir a dar paseos con mi padre por el Central Park, un parque enorme que hay allí. Así empecé a sentir mucha curiosidad por todos los animales, pero sobre todo por las aves.
-¿Verdad que son fascinantes?-Marina no podía creer todo lo que tenía en común con esas mujeres-. ¿Y qué hay de ti?- Sentía mucha curiosidad por Ellen, que había permanecido en silencio todo ese tiempo.
-Yo nací en 1842, en otro pueblecito de Estados Unidos-respondió-. Mis padres eran profesores y agricultores y además tenían una tiendecita en el pueblo. Pasaba mucho tiempo ayudándoles en el negocio familiar y a veces no podía ir a la escuela, pero me encantaba estudiar y no dejé de sacar buenas notas.
-¿A ti también te gustaban los animales?-preguntó Marina.
-¡Mucho! Y también la astronomía. Me pasaba las noches mirando al cielo.
Marina estaba muy contenta de poder hablar con ellas, pero de pronto recordó todo lo del día anterior y se sintió un poco triste.
-¿De vosotras también se reían los otros niños?
-A veces-contestó Rachel-. Y cuando fuimos adultas muchas personas no nos tomaron en serio solo por ser mujeres científicas. Bueno, básicamente por ser mujeres. Pero eso no nos detuvo. A ti tampoco deben detenerte todos esos niños.
Marina quería hacerles mil preguntas más, pero entonces oyó un golpe y, de repente, se despertó de nuevo en su cama.
Su gata, Hipatia, había entrado en la habitación y al subirse en la mesa había tirado una montaña de libros. ¡Menudo susto!
Marina se sintió un poco triste, por no poder seguir hablando con sus nuevas amigas, pero entonces tuvo una idea. ¿Y si había algo de verdad en el sueño? ¿Es posible que fuesen mujeres científicas reales?
Corrió a buscar la tablet que sus padres le dejaban usar para buscar información para los trabajos del cole y fue introduciendo sus nombres en Google. Casi se le cae la tablet de la emoción.

¡Sí que eran mujeres científicas!
Al buscar información vio que Rachel Carson fue la autora de un libro llamado Primavera Silenciosa. Gracias a lo que contaba en ese libro se prohibió un insecticida llamado DDT, que resultó ser muy peligroso para el medioambiente e incluso para las personas. También fue muy importante para que se fundara la Oficina de Protección Ambiental de Estados Unidos en la que se buscan medidas para evitar la contaminación del suelo y el agua, el comercio ilegal de especies protegidas, las prácticas de pesca y caza irregulares y mucho más. Además, se encargan de proteger los bosques de los incendios y de defender los espacios naturales. ¡Todo gracias a un libro de Rachel!
Berta Cáceres siguió los pasos de su madre y trabajó para proteger a su pueblo de los proyectos madereros o hidroeléctricos ilegales, que amenazaban al medioambiente y a los recursos que ellos necesitaban para sobrevivir.
Rosalie estableció un Comité de Conservación de Emergencia para luchar por la preservación de las especies. También fundó la primera reserva del mundo para proteger a las aves rapaces, que en ese momento se cazaban sin parar.
En cuanto a Ellen, tan calladita que parecía, resulta que fue química y ecóloga, pero también estudió matemáticas y astronomía. Fue la primera mujer que encabezó estudios sobre medio ambiente y contaminación ambiental. Además, fue la primera mujer que estudió en el MIT. Y por si eso no fuera poco, dedicó parte de su vida a que las mujeres pudiesen acceder a estudiar carreras sobre ciencias naturales en Estados Unidos.
Es verdad que no todas fueron a la Universidad, como Ellen, pero todas fueron mujeres científicas. Marina no tenía muy claro por qué había soñado con ellas. ¿Habría leído sus historias antes y no se acordaba? Le encantaba leer sobre mujeres científicas, pero algo tan interesante no se le habría olvidado.
Seguía dándole vueltas a eso cuando volvió a quedarse dormida. En sus sueños pudo charlar un poco más con ellas, pero cuando se despertó apenas recordaba nada de esos últimos diálogos. De todos modos, no importaba.
Salió corriendo de su habitación, preparada para desayunar y salir hacia el colegio. Para alegría de sus padres, se le había quitado esa pena que la invadía el día anterior.
Ya en clase, se sentó junto a Melisa, que también era su compañera de pupitre.
-No te vas a creer todo lo que tengo que contarte en el recreo- le dijo.
Las dos amigas se miraron y sonrieron antes de empezar a atender a la maestra, que estaba empezando a escribir en la pizarra.
Por detrás seguían escuchándose cuchicheos, pero esta vez Marina no les prestó atención. Solo sintió un poco de pena por todo lo que esos niños se iban a perder en la vida por creer que sus inquietudes eran propias de una niña rara. Si era así, ¡qué alegría ser rara!